Un campamento sin igual: QJ 2017
Es difícil poder resumir en unas líneas las experiencias tan intensas y memorables que hemos vivido este verano en Quintanabaldo, en el campamento de jóvenes de Juventud Idente, al que llamamos familiarmente QJ 2017.
Todo empezó en el pre-campamento a finales de Julio, donde unos jóvenes en edad universitaria y otros no tanto, nos dispusimos a dedicar una parte de nuestras vacaciones para atender a un grupo de 40 jóvenes, que esperábamos con ilusión y también, por qué no decirlo, con un cierto temor: ¿Se adaptarán bien? ¿Serán muy conflictivos? ¿Lograremos que se lleven un recuerdo inolvidable?…
Ya esos días de preparativos hicieron que todos los profesores lográramos ultimar nuestras actividades y comentarlas entre nosotros, en un esfuerzo por aunar ideas y sugerencias, con una labor de equipo encomiable. La amistad, la confianza mutua y la colegialidad fueron los pilares de un gran campamento que estaba a punto de comenzar…
Y por fin llegaron los jóvenes. Fue el día 1 de agosto. Un día algo frío y en ocasiones lluvioso que presagiaba la temperatura habitual de 12 días en el que el calor humano supliría con creces el ambiental.
Tras un día de adaptación, en el que los profesores intentamos ayudar a superar la timidez propia de algunos adolescentes con juegos, baño y una marcha cortita después de cenar, las mayores sorpresas llegaron al día siguiente con la adjudicación de tiendas y profesores asignados a cada una.
Y comenzó lo que llamamos habitualmente el día tipo, con actividades que perseguían fomentar en los chicos valores como la ayuda mutua, el servicio, la formación y la diversión. De este modo, por tiendas y con otro tipo de agrupaciones que favorecieran la integración, dieron comienzo las actividades de la mañana (el arreglo de tiendas, las actividades campamentales, talleres y cursillos, deportes y baño en el río) y las de la tarde (preparación del himno de fuego o velada artística, seminarios formativos, peripatetismo o diálogos que alternábamos con juegos o yincanas, y capítulo o evaluación). Por último, después de cenar teníamos el esperado himno de fuego, en el que los jóvenes daban lo mejor de sí en las creaciones de teatro, animación, música, baile y literatura, según la modalidad que habían elegido preparar en la tarde con el profesor de apoyo asignado.
Casi siempre había, sin embargo, actividades especiales. Así nos fuimos dos días de marcha para visitar las playas de Arija, disfrutamos de la noche “de terror” con una yincana nocturna y preparamos una velada para los ancianos de la residencia de Pedrosa, a los que visitamos. Tanto los jóvenes como los profesores dimos lo mejor de nosotros mismos para quienes han entregado sus vidas. No faltó tampoco la misa dominical para los creyentes, ni las actividades estrella del campamento: las olimpiadas y juegos florales, que los jóvenes ejecutaron con gran ilusión y compañerismo.
A pesar de que las actividades fueron variadas y programadas con enorme entusiasmo y creatividad, los campamentos de Juventud Idente siempre son especiales. En todo momento te sientes parte de una naturaleza espectacular que nos acoge y de un carisma fundador que impregna cada rincón del campamento. Es como si todos caminásemos al unísono en dirección a un mismo ideal, tanto católicos como no creyentes y de otras confesiones religiosas, procedentes de familias o de centros de acogida, y de diversas nacionalidades. Todos fuimos conociéndonos, adaptándonos, respetándonos y queriéndonos en un ambiente tan familiar, que al final logramos ser uno y superar los contratiempos con el modelo de Cristo, es decir, contagiándonos su fe, esperanza y caridad. Intentaré explicarme:
Cada día el grupo de profesores elegía a un chico y una chica que eran los que más habían destacado por la vivencia de unos valores y se habían convertido en ejemplo para los demás. Estos eran los “jefes de día”, que actuaban como mediadores y tenían un papel especial en ese día, de modo que participaban en la “pedrera” o reunión de profesores, para transmitir a los chicos y profesores las sugerencias de todos en vistas a la mejora de la convivencia o de las actividades. Luego estas sugerencias, junto con las de un representante de cada tienda se hacían partícipe a todo el campamento en los momentos más solemnes del día cuanto de izaban y arriaban las banderas.
Esta labor de mediación, que ahora está tan de moda en muchos Institutos, especialmente cuando los problemas de convivencia son notorios, es algo propio de nuestros campamentos desde su fundación, allá en 1975. Es en estas ocasiones cuando ves la visión de un fundador, que se adelanta a los tiempos, y cambia los castigos por una manera de convencer a los jóvenes de que todos nos sentimos mejor si algunos personas aprenden a respetar a los demás y a colaborar, y esto de una forma atractiva, con un lema en positivo que los chicos han elegido para vivir ese día. Recuerdo el primero de ellos, muy simpático, con un mensaje subliminal: “Viva la party y la emotion y la enjoy” (pero sin molestar). Y es que, algunos jóvenes parecían haber formado el primer día de campamento una especie de banda callejera que cantaban juntos a gritos en el comedor o en la campa, provocando la incomodidad del resto de los acampados y profesores, menos acostumbrados a los gritos.
No hubo que recordarlo mucho… todos entendimos que no queríamos gente aburrida, pero podíamos divertirnos sin molestar a los demás. Y no hizo falta que los profesores tuviéramos que usar de más autoridad que la autoridad moral de adaptarnos a sus sugerencias, cuando nos pedían cualquier cosa en la que podíamos complacerles, como cambiar un banco en la comida para que no les diera el sol, poner música en los talleres, despertarles con música variada o poner postre especial el último día.
Así como una familia, aprendimos a comprendernos y a ceder unos y otros en lo que podíamos. Recuerdo un detalle bonito en el que los jóvenes empezaron a ponerse parentesco entre ellos: “Fulanita” es mi madre y “Menganita” mi hermana, y se reían de tener una madre tan joven. Y también los profesores tuvimos que aprender a tener paciencia con las trastadas de algunos chicos, que ciertamente tenían formas muy originales de divertirse, pero que actuaban sin mala intención.
Eso sí, cuando había que pedir perdón, se pedía, y si algún acampado hubo de quedarse sin participar en una actividad o apartado de sus compañeros porque debía reflexionar sobre su actitud, también se hizo. Y así, con el diálogo y el cariño, que nunca faltó, conseguimos en una labor colegial encomiable que todos entendiéramos los límites y que una joven pidiera perdón por primera vez en su vida.
Asistimos a momentos increíbles de generosidad y comprensión en las tiendas, donde caracteres tan distintos encajaron y se contagiaron de lo mejor de sí, compartiendo anoraks, camisetas y lo que hiciera falta, y poniendo toda la ilusión y creatividad en el arreglo de tiendas. También durante la marcha la generosidad brilló especialmente, como cuando una chica se torció el pie y los compañeros se turnaron para llevarla a cuestas.
El penúltimo día fue también muy especial. No sólo porque tenían lugar las olimpiadas, sino porque durante la tarde asistimos a un seminario donde tres profesores dieron un testimonio precioso acerca de su vivencia sobre la promesa campamental. Esta promesa es un texto que se lee en la última arriada de campamento y que consiste en un compromiso por parte de los chicos de crecer en el lema de Juventud Idente: Dios, naturaleza y sociedad. Después de leer despacio y por grupos el texto, aclarando las dudas y expresando los chicos lo que iban entendiendo, tuvo lugar el testimonio de estos tres profesores. Fue uno de los momentos más emotivos del campamento que todos recordaremos en la retina de nuestra memoria. El silencio sepulcral durante no sé cuánto tiempo, tal vez una hora o más, no sabría decir porque perdimos la noción del tiempo, lo dice todo.
En fin, como siempre, el campamento termina con las lágrimas del último día mezcladas con la sonrisa y el abrazo del “adiós” que promete ser sólo un “hasta el año próximo”. Creo que poco a poco todos habíamos comprendido que queríamos pasar unos días felices y que todos éramos responsables de la felicidad de todos. Me atrevería a decir, que ciertamente lo logramos y que tanto jóvenes como profesores nos hemos querido y cuidado en la distancia que un adolescente requiere, llevándonos en las mochilas un recuerdo inolvidable.
Loli Moriel, Jefa de sección de Granada